LN – Waldemar Cubilla: “Por mi aspecto, a algunos les cuesta verme como profesor o sociólogo”

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Sociólogo y docente universitario, Cubilla afirma con conocimiento de causa que "ningún pibe nace chorro" pero que, en determinados contextos, las condiciones de vida aumentan las chances de que incurra en el delito
Sociólogo y docente universitario, Cubilla afirma con conocimiento de causa que “ningún pibe nace chorro” pero que, en determinados contextos, las condiciones de vida aumentan las chances de que incurra en el delito Fuente: LA NACION – Crédito: Daniel Jayo

Waldemar Cubilla es una voz más que autorizada para analizar cómo los estigmas de la pobreza condicionan, la mayoría de las veces, una trayectoria de vida. No solo porque es sociólogo y docente universitario sino también porque él mismo los cargó. Hoy recuerda haberse cruzado de vereda en más de una oportunidad para evitar que la tez oscura de su piel alarmara a la persona que venía de frente.

En diálogo con LA NACION, Cubilla enumera diferentes prejuicios en torno a las personas pobres: que no saben lo suficiente, que no pueden aspirar a la universidad, que no pueden andar por ciertos barrios, que no progresan porque no quieren. A su entender, ese cúmulo de estigmas va permeando en la mente de los damnificados como verdades absolutas.

Es por eso que hoy reparte sus días entre la docencia, la investigación, y el apuntalamiento de la primera biblioteca popular que contribuyó a fundar en La Cárcova, su barrio de toda la vida. En ese espacio que propone un vínculo diferente con los libros -ya no como papel que puede venderse por peso-, Waldemar busca empoderar a sus vecinos para generar condiciones dignas de vida. “Con la biblioteca popular buscamos tener incidencia territorial y contribuir en repensar nuestras formas de trabajo y nuestras trayectorias educativas. Podemos aspirar a la Universidad”, sostiene convencido quien, hace algo más de diez años, mientras cumplía su segunda condena por robo, decidió pegar el volantazo y estudiar Sociología.

¿Cuál es el mito en torno a la pobreza que más le duele?

Pareciera que el pobre nunca sabe. Nunca. Y si tiene un saber, es un saber secundario. Entonces, como el pobre nunca sabe, siempre tiene trabajos de tercera, que no tienen valor porque, supuestamente, no sabe, entonces ¿cómo le vamos a dar un buen trabajo? Y después también están los prejuicios por las formas de vestir, de consumir, de caminar. Yo soy bastante morochito y por ser morocho muchas veces me crucé de vereda para que la persona que viniese de frente no se alarmara. Son estigmas que uno carga y creo que los voy a llevar siempre.

¿A pesar de haber estudiado una carrera universitaria?

Me pasa en la actualidad que, pese a ser docente universitario siempre hay una tensión durante los primeros días de clase, hasta que uno demuestra que realmente está en condiciones de poder llevar adelante una tarea como esa. Me pasa en el nivel secundario también. Se preguntan: “¿Este es el profesor? No aparenta.”. Hay algo que tiene que ver con la apariencia, con la estética.

Un licenciado en Sociología que vive en la villa.

Claro. Lo veo cuando participo en debates. Y también lo que me pesa mucho es el haber estado preso. La pregunta mía es: ¿hasta cuándo me va a definir el ser un liberado? Llevo casi nueve años en libertad y soy licenciado y estoy haciendo un doctorado y soy docente universitario, tengo un curriculum extenso. Sin embargo, a veces participo en debates interesantes, acerca del asunto penitenciario o de las herramientas de inserción de liberados y liberadas y uno tiende a ser un poco el adorno.

¿Qué pasaba durante su infancia o la adolescencia? ¿Se percibía algún tipo de prejuicio?

Cuando yo era chico, venía la Policía y nunca era un símbolo de seguridad para nosotros. Nunca era la sensación de “qué bueno, ahí viene un patrullero, sigo caminando tranquilo”. Era: “¡Contra la pared! ¿De dónde venís?” “Soy de La Cárcova”, decía yo. “¿Qué hacés acá? No podés andar por acá”, me respondían. Uno va creciendo con todo eso y acumula maltrato. Vas construyendo sentimientos de enemistad que, con la adolescencia, se manifiestan. Conmigo, lamentablemente, se manifestó como mi inicio en el delito, pero pudo haber terminado en cualquier otra cosa.

¿Ud. siente que esos estigmas influyeron?

Y, de alguna manera sí. Generaron una especie de reacción: “Mirá si me vas a decir vos que no puedo caminar por acá. ¿Quién te pensás que sos?”, ponele. Hoy uno tiene otras herramientas. Pero entonces eras un pibe y la reacción te sale como te sale. No sabés que hay instituciones democráticas que están construidas para acompañar procesos de vida de los adolescentes, por ejemplo. No tenés idea. Vivís con los recursos con los que estás viviendo. Mi experiencia fue esa y a mí me costó diez años de vivir preso.


Waldemar Cubilla posa en el frente de la Biblioteca Popular La Cárcova, de la que es uno de los fundadores
Waldemar Cubilla posa en el frente de la Biblioteca Popular La Cárcova, de la que es uno de los fundadores Fuente: LA NACION – Crédito: Daniel Jayo

¿Desde entonces cambiaron en algo las percepciones de la sociedad o de la Policía hacia los adolescentes y jóvenes que viven en barrios vulnerables?

El estado de sospecha continúa. Pero hoy La Cárcova tiene una biblioteca popular y eso habilita también un canal de comunicación distinto. Lamentablemente o afortunadamente, mi experiencia termina marcando una referencia. Yo trabajo con adolescentes y trato de que conozcan los diferentes programas orientados a adolescentes que hay en las distintas órbitas de gobierno. Siempre les digo a los pibes que nosotros no tenemos que conocer todo eso en carácter de detenidos o detenidas, o cuando uno ya está en situaciones de adicción.

¿Qué factores inciden para que la delincuencia termine siendo un destino posible para los jóvenes y adolescentes?

En términos sociales y culturales, las condiciones están dadas para que un joven o un adolescente entienda legítimo el construir su vida en torno del delito. De alguna manera prima otra lógica, u otro principio de Justicia, por así decirlo. Si ya venís tan clandestino, si antes del delito tu vida era el cirujeo, la interpretación de la Justicia o de la ley no es la misma.

¿Ud. se refiere a que la diferenciación entre lo que está bien y lo que está mal no es tan clara?

Exacto. Se piensa, “peor de lo que estoy no puedo estar”. El juicio se ve marcado por la sensación de que uno ya está jugado. La semana pasada hubo una toma de rehenes en un Instituto de Menores, el Almafuerte. Lo que los pibes estaban pidiendo no era la libertad o una mejor situación de encierro. Estaban pidiendo el traslado a la cárcel. ¿Cómo puede ser que la cárcel funcione como un horizonte posible? Están en un Instituto de Menores, en donde rige la legislación del niño y no la penal cruda y, a pesar de eso, el reclamo era “me quiero ir a la cárcel”, suponiendo que la cárcel está en mejores condiciones. El pibe y la piba que crecen en un barrio se van sumando a un ritmo de vida que ya viene condicionado por la clandestinidad. Rigen otros parámetros de entender la Justicia, no solo la jurídica sino también la social.

Al escucharlo, alguien podría decir: “yo también tuve una vida dura y elegí el trabajo en lugar del delito”.

Los pibes que están presos son todos de 25 años en promedio, con suerte tienen el secundario terminado, vienen de sectores populares. Claramente, son hijos de trabajadores que antes tal vez trabajaban en fábricas y hoy son trabajadores informales. Ahí, construir la cultura del trabajo, la rutina, la disciplina, el mantener horarios y responsabilidades, es un trabajo cívico o cultural en valores ciudadanos que está pendiente. No perdemos la esperanza de que el sueño del obrero siga estando en nuestras comunidades. Justamente en la biblioteca estamos tratando de organizar un grupo de jóvenes en torno de una idea de trabajo que tenga que ver con el cuidado del espacio público. Ahora estamos haciendo una campaña para conseguir herramientas y ahí lo que estamos fomentando justamente es la cultura del trabajo. No estamos pidiendo otra cosa que no sea una herramienta para trabajar.

En su documento “Mitos sobre la pobreza”, el sociólogo Bernardo Kliksberg sostiene que, en sociedades tan desiguales como la nuestra, muchas personas nacen en trampas de pobreza. ¿Coincide con este concepto?

En algún punto sí coincido. Hay condiciones que exceden a la voluntad, que tienen que ver con el contexto y las deficiencias en el acceso a los derechos básicos. Ese es el primer saldo que hay que cubrir. Hay responsabilidades de terceros, ya sea el Estado o aquella gente que construye prejuicios sobre nosotros, los pobres, por decirlo de alguna manera. Pero también nosotros tenemos la responsabilidad de darnos cuenta de la trampa. Y si te das cuenta, es el principio de la emancipación. Todos tenemos las mismas capacidades, pero hay que darse cuenta de eso, de que tenemos la capacidad de proyectarnos. Y ahí sí quizás cabe una crítica a los sectores populares, desde mi experiencia, porque siempre tienen lugar para hacer una denuncia, pero dejan poco lugar a la propuesta. Dicen: “Tiene que venir el Estado o la Municipalidad a limpiar la zanja”. Y yo digo sí, la Municipalidad tiene que venir, pero si estamos acá nosotros discutiendo eso y somos cinco, agarremos la pala y limpiemos la zanja mientras tanto.


"En los barrios populares podemos aspirar a la Universidad", expresa Cubilla
“En los barrios populares podemos aspirar a la Universidad”, expresa Cubilla Fuente: LA NACION – Crédito: Daniel Jayo

Su historia parece confirmar la idea de que, con esfuerzo, todo se supera. Hay quienes creen que la pobreza también se supera con esfuerzo. ¿Qué opina de esa apreciación?

Hay otra frase que dice: “Ningún pibe nace chorro”. Y no, no nace chorro, pero sí algunos nacen en una situación social y cultural en la que tienen más probabilidades de serlo. Con respecto a la pobreza, no es verdad que uno deja de ser pobre si se esfuerza. La mayoría de la gente de los sectores populares es gente trabajadora, que tiene rutinas de trabajo, que se levanta temprano, ya sea para meterse en una fábrica si tiene esa suerte, o para ir a buscar cartones a la calle. Prima el hábito de trabajo en los sectores populares.

Pero el trabajo es precarizado.

Claro. No se llega a tener un salario digno, y ni hablar de condiciones dignas de trabajo y de reconocimiento.

El acceso a la educación universitaria en los barrios vulnerables es excepcional. Más allá de la existencia o no de políticas públicas al respecto, ¿se ve la Universidad como un destino posible dentro de los barrios?

En los barrios siempre decimos que el primer vínculo con el Estado es con la Policía. Quizás a eso le precede el hospital y el Registro Civil, cuando uno nace. Pero después siempre es una relación represiva hacia nuestra forma de vida. Sí, yo soy pobre, vivo en una villa, pero eso no me convierte en delincuente. Hay estigmas en cómo nos leen y también entre nosotros mismos. Lamentablemente, por la general, siempre somos como tierra de nadie. Por eso, con la biblioteca popular buscamos tener incidencia territorial y contribuir en repensar nuestras formas de trabajo y nuestras trayectorias educativas. Podemos aspirar a la Universidad. Podemos mejorar nuestras viviendas. Podemos tener un parque. Nosotros ahora estamos armando la primera plaza de la villa, una villa que tiene varias décadas. La estamos haciendo nosotros, de modo precario.

¿Cómo se metabolizan esos encuentros con el Estado, que encasillan y criminalizan?

Te van marcando.

¿Al punto de hacer creer, por ejemplo, que la Universidad no es para uno?

Claro. Ahí nuestro trabajo es sobre la interpretación de la propia gente que vive acá. Obviamente que el otro no tiene por qué discriminarme, etiquetarme o construir un estigma negativo sobre el villero, el pobre, el negro. Esta idea más general del racismo, que sería la exclusión del otro. Eso es responsabilidad del Estado o de quienes nos leen, pero también hay una responsabilidad que es nuestra y ahí sí podemos trabajar. ¿Qué vamos a hacer nosotros para construir otra forma de hablarnos, de decirnos, y de mostrarnos? ¿De construir comunidad? Y en eso trabajamos.


Waldemar Cubilla: "Por ser morocho muchas veces me crucé de vereda para que la persona que viniese de frente no se alarmara"
Waldemar Cubilla: “Por ser morocho muchas veces me crucé de vereda para que la persona que viniese de frente no se alarmara” Fuente: LA NACION – Crédito: Daniel Jayo

Ud. fue preso por primera vez a fines de 2001. Alguna vez ha dicho que la crisis de entonces solo dejaba espacio para que los jóvenes de su barrio eligieran entre el cirujeo y el delito. ¿Cómo ve a la juventud de su barrio hoy, en este contexto de crisis, que muchos comparan con aquella?

Hay una demanda explícita de trabajo y de cualquier manera de producir ingresos. Hay hambre y se nota mucho. En situaciones de crisis tan agudas, lamentablemente lo ilegal se vuelve más legítimo. Se dice: “Yo sé que esto está mal, pero estoy en una situación de necesidad”. Y yo no estoy justificando el delito. Nada que ver. Solamente cuento cómo se vive en los sectores populares. En la biblioteca estamos tratando de generar actividades productivas con chicos de 15 o 16 años. Pero cuando quiero presentar una propuesta laboral al Estado, la respuesta es negativa porque, técnicamente, sería fomentar el trabajo infantil. Mientras tanto, los pibes están cirujeando o en actividades que también violan sus derechos de la niñez. La verdad que urge la necesidad de generar vinculaciones que signifiquen fuentes de trabajo para los jóvenes.

Cómo colaborar

  • La Biblioteca Popular La Cárcova dicta diferentes talleres y funciona como centro cultural. En estos momentos está recolectando herramientas para desarrollar un proyecto productivo con jóvenes. Se pueden seguir las novedades del espacio vía Facebook, Twitter e Instagram. También acepta colaboraciones económicas:

Número de cuenta: 5155-51603/5 del Banco Provincia

Titular: Centro Cultural y Biblioteca Popular La Cárcova

CBU Alias: CETRO.DOCTOR.PATIO

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Publicado en el diario La Nación

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