LN – Le compró pescado en un muelle, pasó lo impensado y nunca más pudo dejar el país: " En Argentina la cercanía física es diferente”

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En el viaje desde Ezeiza hacia su nuevo hogar las ilusiones de Emily, una joven de origen estadounidense, se derrumbaron. Intentó en vano mantener una conversación con el taxista, pero lo único que pudo pensar fue que, a pesar de haber vivido en Madrid, no sabía nada de español. “¿De dónde sos?”, le dijo el hombre con su acento porteño y su argentinismo, y ella lo contempló perpleja. Desconocía el uso del voseo, así como las “correctas” pronunciaciones de las calles. Le dijo que iba a Thames con un perfecto “Theims” y esta vez fue el chofer el que la miró interrogante: “Esos son mis primeros recuerdos de la llegada a la Argentina. Creía que sabía español, pero no entendía nada”, cuenta hoy entre risas, mientras repasa su historia.

Durante los últimos tres años Emily había vivido en Praga, un lugar que hasta hoy considera mágico, con su belleza conmovedora impregnada en todos sus rincones. Por ello, tal vez, las primeras impresiones de Buenos Aires no fueron las esperadas. Le costó habituarse a la atmósfera de su nueva ciudad, que, en un comienzo, no le pareció demasiado linda.

“Me impactó mi arribo. Había demasiado caos en todos lados y me fue difícil aprender el sistema de los colectivos. Venía de Europa, donde todo era exacto. Estaba perdida, confundida, me costó adaptarme al lío y al gran tamaño. Confieso que tuve momentos de haberme arrepentido de venir a la Argentina”.

Emily en su ciudad de origen, Montpelier, una comunidad de 7 mil habitantes y la capital de Vermont (EEUU).

Soñar con otras tierras desde Estados Unidos

Emily nació en Montpelier, la ciudad capital de Vermont, en la frontera con Canadá. Se crio en el frío y rodeada de nieve. Como única hija, pasó su infancia y adolescencia allí, hasta los 18. Con su padre músico y su madre, una tejedora de prendas con estilo, recorrió varios puntos del país, en especial para acompañar a su madre en las ferias artesanales organizadas por diversos estados.

En los veranos solían escapar del frío y vacacionar juntos en el Caribe. En la vida de Emily había habido movimiento, pero se había limitado a aquellas experiencias habituales en familia. A la joven le intrigaba ver qué había más allá de su propia cultura. De pequeña solía dibujar paisajes de otros países y acompañaba sus obras con la leyenda lugar que quiero conocer: “Recuerdo pintar la Torre Eiffel, mi abuela me había traído caramelos de París, en esa hoja escribí que quería ir a comer los mismos caramelos allí, a la capital francesa”, revela sonriente.

Emily, junto a su madre en Montpelier, Vermont , 1985.

Cierta vez, aún en la primaria, se anotó en un campamento de verano internacional y compartió aquellos días con chicos de diversas partes del mundo, una experiencia que la marcó y le confirmó su pasión por todo lo que fuera extranjero.

En la secundaria, Emily comenzó a interesarse en los idiomas. Primero tomó clases de francés, luego incorporó el español e, incluso, tomó cursos de latín, algo que sorprendió a su entorno, ya que allí donde vivía no era usual focalizarse en aprender otras lenguas. A ella, sin embargo, no solo le gustaba, sino que no le costaba en absoluto. En cada ocasión sacaba las mejores calificaciones y se destacaba de entre sus compañeros.

En sus últimos años de secundario decidió que era tiempo de aventurarse a otras tierras. Para ello, se anotó en un voluntariado de verano en Costa Rica y, al año siguiente, en Belice: “Vivíamos con familias. Fue algo que me abrió la mente”.

Junto a sus padres, en Nueva York.

La sinuosa travesía hacia la Argentina: “Estaba siguiendo el camino de todos: estudiás, trabajás, te casás, tenés hijos, te jubilás y morís”

A los 18 años, Emily dejó el hogar paterno para mudarse a Texas. A modo de broma, suele decir que aquella fue su primera experiencia de instalarse y vivir en el extranjero: “Texas es otro mundo, en comparación a mi ciudad”. Durante los siguientes ocho años vivió allí y quedó encantada con aquel estado. En San Antonio estudió hasta licenciarse en administración de empresas, y le sumó español a su cronograma. En su último año decidió estudiar en el extranjero y, para ello, eligió Madrid. “Conocí Europa por primera vez y fue una de lo mejor que me pasó en la vida”.

De Bs. As. a vivir en Madrid: “La calidad de vida pasa por cuestiones de sentido común, como no pasar por encima al peatón”

A Emily jamás se le había ocurrido dejar definitivamente Estados Unidos para vivir en suelo foráneo, pero cuando volvió de aquel viaje algo en ella había cambiado: “Estaba siguiendo el camino de todos: vas a estudiar afuera y volvés, elegís dónde vivir, conseguís un departamento, trabajás, eventualmente te casás, tenés hijos, te jubilás y morís. No veía otra cosa”.

Para muchos jóvenes estadounidenses, Austin es considerada una de las mejores ciudades para vivir.

En el entramado de aquel sendero típico, Emily eligió Austin, Texas, una ciudad que hasta el día de hoy considera fantástica: “El mejor lugar en Estados Unidos”. Las cosas marchaban de manera fluida; en un entorno moderno, colmado de gente joven, Emily consiguió un buen trabajo -ideal para su carrera profesional- departamento, novio, y nuevos amigos. Estaba haciendo todo lo que “debía hacer”. Pero, a pesar de que su vida se veía ideal, no era feliz y cada día lo notaba más, se hallaba a sí misma recordando sus tiempos en España, y esa sensación de que se podía elegir otras maneras de construir un camino: “Me faltaba algo y no sabía qué hacer”, confiesa. “Entonces compré un libro llamado Delaying the Real World. Ahí leí un capítulo que hablaba sobre enseñar inglés en el extranjero y ese fue el clic: Quiero hacer esto”.

Corría el año 2005 y Emily se hizo de las armas para cumplir sus sueños. Sin redes sociales de dónde extraer información, asistió a seminarios y averiguó a través de instituciones y consulados. Y un buen día respiró hondo, y transformó su deseo en realidad, al pronunciarlo en voz alta: “Dejé toda esa vida ahí, en Austin. Renuncié a mi trabajo, dejé mi casa, vendí todo, dejé a mi novio y volé a Praga con mucho miedo”.

Emily en su adorada Praga.

Allí se quedó tres años en los cuales enseñó inglés, aprendió checo y desarrolló una enorme vida social, llena de amistades y diversión. A pesar del buen momento, al cabo de tres años Emily comprendió que allí no tenía mucho más futuro, entonces decidió que era tiempo de cambiar una vez más. Primero pensó en Japón, pero luego entendió que lo que realmente deseaba era ser bilingüe en español. “Quería ir a una ciudad grande, vibrante, cosmopolita, todo en un continente que no conocía”.

Vivir y trabajar en Praga: “Para los checos los argentinos somos como punks”

Una vez más, Emily dejó su vida atrás. Visitó a su familia en el camino y, en julio del 2008, llegó a la ciudad que cumplía los requisitos que buscaba. Para ella la decisión era obvia, su única opción fue Buenos Aires.

De Estados Unidos a Argentina.

Primer intento de dejar Argentina y una oportunidad: “Llegué a una teoría que llamo `migración existencial´”

Después de Praga, Buenos Aires había amanecido opaca. Con el tiempo, sin embargo, las cosas fueron cambiando, Emily halló nuevos institutos donde enseñar, que trajeron consigo nuevos aires. Allí, en uno de ellos, la dueña iba a clases de salsa y la invitó. A la salsa le siguió el tango y, de pronto, la joven se encontró algo más integrada a su nueva sociedad. A pesar de ello, al año creyó que era tiempo de irse, quería volver a Europa.

Pero la vida tiene sus vueltas inesperadas. Emily había hallado una maestría en la UBA que le interesaba de sobremanera (políticas migratorias internacionales) y que resultaba mucho más económica que aquella que había divisado en España. “Me quedo acá un tiempo más para hacerla”, se dijo finalmente. En un camino sumamente enriquecedor, Emily realizó su tesis sobre estadounidenses que, tal como ella, habían elegido Argentina para vivir.

“Allí llegué a una teoría que llamo `migración existencial´, que es muy diferente a una migración política, económica, forzada. Al exilio. Los estadounidenses que llegan a la Argentina lo hacen por razones existenciales. Tienen la necesidad de sentirse un extranjero en un lugar extranjero. Eso es algo que te colma el espíritu. Personalmente me identifico mucho con estas conclusiones. Me llena mucho más vivir como extranjera que vivir en mi propio país, donde todo es normal, conocido, programado. El migrante existencial lo llenan los desafíos, las barreras que hay que vencer, los aprendizajes diarios que se incorporan al estar en otra cultura, con otro idioma, otras costumbres. Eso es la vida para un migrante existencial”.

Emily, junto a su amigo Matt, en Palermo.

Cambiar de rumbo laboral y un segundo intento por dejar Buenos Aires: “Por fin estaba totalmente integrada”

Emily trabajó cinco años en el instituto de su nueva amiga, hasta llegar a ser encargada. Después de ese tiempo, la estadounidense sintió, una vez más, que era tiempo de un cambio, aunque esta vez dentro del país. Deseaba dejar la vida de oficina, quería abandonar los horarios específicos, anhelaba más libertad, no quería jefe. Comenzó a investigar con aquellas palabras claves y, una y otra vez, emergía el término “traducción”. Ahí encontró la clave. Reinventó su CV, armó una página web y, al poco tiempo, ya tenía trabajo: “Había demanda para eso”, explica. “Hoy lo sigo haciendo y a eso le sumé mucho trabajo de edición”.

En ese tiempo, con el éxito de su trabajo remoto, Emily concluyó que ya no tenía necesidad de quedarse en Argentina, que daba igual en qué parte del mundo se encontrara. Fue entonces que pensó en irse a París y, de hecho, realizó un viaje a Europa para probar un mes. Le encantó y determinó que sí, que tendría un nuevo comienzo allí. A la Argentina regresó dispuesta a quedarse seis meses para cerrar la vida que había armado y prepararse para su mudanza a Francia.

“En ese tiempo decidí quedarme otra vez”, sonríe. “A mi regreso me di cuenta de que por fin hablaba muy bien castellano, por fin tenía más amigos argentinos, amigos muy íntimos. En ese regreso a Buenos Aires entendí que hasta entonces no había logrado vivir con tranquilidad, totalmente integrada, en castellano. Y ahora, por fin, ¡por fin!, lo podía hacer. No me voy nada, fue mi sentencia. La estaba pasando genial”.

Emily por fin se había hecho más amigos argentinos y se sentía integrada (En la foto: festejando sus 40).

Tercer intento, la ironía del 2020 y el mejor de los viajes: “Era lo que quería, lo que estaba buscando”

2019 llegó y el espíritu inquieto de Emily le advertía que tal vez ahora sí era tiempo de irse. “2020 es el año donde voy a viajar por el mundo y tener un blog”, declaró como propósito. Vaya ironía. Su primer plan era ir a Asia, pero pronto supo que había un virus, “de ellos”, pensó, y lo tachó de sus planes. Después llegó el turno de tachar Europa y más tarde su última opción para empezar su periplo: Brasil. Reservó para febrero, estaba por volar y su padre le advirtió: es mejor esperar.

A Emily la pandemia la llevó a un viaje inesperado.

Finalmente, por supuesto, aquella fantasía de recorrer el mundo no sucedió, y, en cambio, Emily comenzó su viaje interior, espiritual. Por aquella época dejó que alguien le lea las cartas del Tarot por primera vez, donde le hablaron de la llegada de un gran amor.

Al poco tiempo, mediante un programa de voluntariado, conoció a Néstor, una persona mayor que necesitaba contención en cuarentena. Ella lo llamaba todos los días, le hacía las compras y salían a pasear. Él siempre le hablaba de su casa en La Lucila del Mar. Fue así que Emily comenzó a tener muchos sueños con el mar y, para cuando llegó octubre, le pidió al buen hombre alquilar su casa en la costa.

Emily comenzó a soñar con el mar.

Aquel viaje a la cercanía se convirtió en uno de los más importantes de su vida. En él no recorrió el mundo entero, pero obtuvo más. Allí, en el mar, conoció a su amor.

A Adrián lo vio en el muelle, se acercó a un puesto que atendía y le compró pescado. Simple e inesperadamente, así comenzó su romance: “Sentí que conocí al amor de mi vida, lo que quería, lo que estaba buscando. Parte de mi trabajo interno del 2020 fue trabajar en mí para poder recibir lo que tanto anhelaba, el amor. Había tenido otras parejas antes, pero, hasta entonces, ninguna se sentía correcta”.

Junto a Adrián en La Lucila del Mar.

Una yanquiargenta: “Ahora, cuando viajo, ya no me siento solo yanqui, sino también argentina”

Más de quince años pasaron desde aquel día, cuando en el camino desde Ezeiza, Emily se sintió perdida. Tres veces creyó que se iría de la Argentina, no por desamor a un suelo que ya siente como propio, sino por su alma nómade. Sin embargo, acá sigue, Argentina la retuvo por cuestiones inesperadas y otras del destino. Entre tanto, vivió en Flores, San Cristóbal, Once y Palermo, su actual morada, que alterna con La Lucila del Mar. En tierra argentina, Emily halló caos, pero también un sentido de la intimidad que hasta entonces desconocía.

“En 2014, por ejemplo, comencé un curso intensivo de fileteado y desde entonces sigo, nos hicimos un grupo de amigos, picamos algo, tomamos algo… por eso también me encanta Argentina, no son solo compañeros, sino amigos y eso no se da en otras partes del mundo”, cuenta Emily, quien también continúa con su camino espiritual, y tiene un blog llamado @la_brujita_yankee.

Desde hace años Emily practica la técnica del fileteado.

“Me impacta la importancia de la amistad, de un asado, de hablar por horas. En mi cultura no existe. Si vas a almorzar con alguien es a lo sumo una hora. La cercanía física es muy diferente. ¡Y el sentido del humor me encanta! Sarcástico. Algo llamativo es una cierta desconfianza que tiene el argentino, aunque se comprende por su historia sociopolítica. Pero realmente aprecio la intimidad que siento en los vínculos, la calidad humana es excelente”, reflexiona.

“Y me encanta la educación accesible, así como la atención médica. Siento que por lo que pago en mi prepaga por mes, me da un montón y la calidad me parece mucho mejor que en mi país. Podría decir que la calidad de vida, en general, es excelente si tenés dólares. Es lo que veo. Hay trabajos en pesos buenos, pero son pocos, el sueldo promedio no alcanza para mucho”, continúa Emily, quien en la actualidad cobra en divisa extranjera sus trabajos de edición y traductorado.

Emily, feliz en el mar.

“En mi caso, Argentina me transformó en otra persona, el país me cambió totalmente”, continúa. “Soy una yanquiargenta. Integré la personalidad argentina a la mía y estoy muy orgullosa de eso. El acento argentino rioplatense me parece el mejor del mundo, nadie me lo puede discutir. Ahora, cuando viajo, ya no me siento solo yanqui, sino también argentina”, concluye Emily, quien, por supuesto, una vez más está pensando en irse, aunque nunca de vuelta a Estados Unidos, ya que ella es una “migrante existencial”. Esta vez sueña volar con Adrián a Italia y, tal vez, el futuro quiera que puedan formar una familia.

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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a [email protected] . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.




Publicado en el diario La Nación

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