LN – Vida y obra de Francisco Salamone, autor de la arquitectura descomunal de la provincia de Buenos Aires

Si te gusta, compártelo

Para entender la obra colosal de Francisco Salamone hay que remontarse a la gestión del gobernador Manuel Fresco. En 1936 y luego de una elección fraudulenta, asumió el cargo en la provincia de Buenos Aires y sintetizó sus acciones bajo el lema Dios, Patria y Hogar. Durante sus cuatro años de gobierno, le encargó a Salamone un proyecto monumental.

Plagado de símbolos y con el anhelo de darle un giro al perfil de la región, el arquitecto nacido en Leonforte (Sicilia) en 1897 puso manos a la obra. La huella que dejó en al menos 20 municipios bonaerenses es inconfundible. Para seguir el plan urbanístico de Fresco, político de corte fascista y autoritario, había que actuar rápido y a lo grande. Bastaron 40 meses para que Salamone levantara más de 60 volúmenes: un año y medio, promedio, le llevaba terminar cada encargo. Circulaba por entonces el dicho de “Lo que Fresco dispone lo construye Salamone”.

Boceto original de Salamone para el palacio de Carhué.

Circulaba por entonces el dicho de “Lo que Fresco dispone lo construye Salamone”: en un año y medio levantó 60 volúmenes.

De tipología comunal –casi todas obras públicas–, la mayoría se detectan al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. No fue casualidad. Mientras el ministro de Obras Públicas José María Bustillo adjudicaba a su hermano, el arquitecto Alejandro Bustillo, la gran tarea de urbanizar la playa Bristol en Mar del Plata (el otro dicho era “no se mueve un ladrillo sin que lo diga Bustillo), a Fresco le tocó “consolidar urbanísticamente” todos aquellos humildes asentamientos que, hasta los años 30, aún conservaban el aspecto de fortines defensivos. Surgieron como tales para protegerse de los indios, y, a lo sumo, habían ganado cierta modernidad con la llegada del ferrocarril.

Cementerio de Saldungaray.

El recorrido bonaerense abarca Guaminí, Coronel Pringles, Chascomús, Balcarce, Alberti, Puan, Carhué, Rauch, Saldungaray, Saavedra, Gonzáles Chaves, Laprida, Azul y Tornquist, urbanizaciones medianas y pequeñas que en poco tiempo vivieron una gran transformación. También pasó por Mar del Plata, aunque la vivienda familiar que realizó a pedido no tuvo las mismas características impactantes que el resto.

Conocé más arquitectos geniales

A lo largo de la “ruta Salamone” se reconoce la impronta industrial de una época signada por la Gran Crisis y el éxodo de los pobladores rurales hacia las grandes ciudades. Tanques, ruedas, engranajes, torres estilizadas y relojes gigantes en las fachadas propiciaron un nuevo encuadre en el contexto, que quebró el llano horizonte pampeano. El repertorio fabril se traducía en una arquitectura descomunal, donde el hormigón visto fue el material insignia. Facetados filosos, ornamentos y voladizos. Las geometrías pretenciosas se hicieron lugar entre los pastizales. El estado de algunas es de deterioro y abandono. Pero otras, en cambio, fueron puestas en valor. Grupos de turistas con inquietudes arquitectónicas, curiosos y estudiantes siguen el itinerario místico de Salamone con la intención de entender al arquitecto de culto cuyo reconocimiento le llegó tarde: Salamone murió en 1959 y recién en 2001 su obra fue declarada Patrimonio Cultural de la Provincia de Buenos Aires por el Senado y la Cámara de Diputados de la provincia.

Salamone murió en 1959 y recién en 2001 su obra fue declarada Patrimonio Cultural de la Provincia de Buenos Aires.

Cementerios, mataderos, municipalidades y plazas fueron las tipologías que mejor representan su desmesurado trabajo. ¿Por qué estas y no otras? Según la concepción de Fresco, era necesario que el municipio se convirtiera en el corazón urbano de cada pueblo (así como el matadero y el cementerio oficiaban de entrada y salida, uno en cada extremo). Respecto del estilo de las municipalidades, en lugar de optar por alguna variante aggiornada del cabildo con recovas, o algún palacete neoclásico, Salamone apuntó a transmitir el paternalismo estatal como nuevo paradigma de eficiencia administrativa.

La cruz de 33 metros del cementerio de Laprida.

Por otra parte, en los seis cementerios diseñados por él se recuperan los íconos cristianos a escala monumental. Un Cristo en altura recibe y despide a los visitantes bajo un despliegue escenográfico y rodeado de enormes portales y conjuntos escultóricos que se “acercan al cielo”.

En Laprida, Saldungaray y Azul se encuentran los más representativos. Una cruz descomunal de 33 metros se levanta en la Avenida Diagonal del municipio de Laprida (1936). Casi surrealista, el camino interno hacia esta cruz logra un efecto dramático. A la vera del río Sauce Grande, el cementerio de Saldungaray, construido en 1937, ofrece un diseño circular de 20 metros de alto que enmarca la cruz de la entrada. Aquí Salamone pone en juego, una vez más, su alarde tecnológico frente a un entramado urbano chato y bajo a la vez. Los rayos celestiales del disco y la cabeza del Cristo doliente en el centro de la cruz (obra del escultor Santiago Chiérico) destacan el carácter simbólico de esta obra, un hito en el paisaje pampeano. El remate: el cielo con cerámicos vitrificados que se ubican detrás de la cruz. Un año después Salamone desembarcó en Azul, con una propuesta iconográfica que cambia las torres celestiales por representaciones del Vía Crucis. Para René Longoni y Juan Carlos Molteni, autores del libro dedicado a Francisco Salamone que integra la colección Maestros de la Arquitectura Argentina, el arquitecto incorpora un elemento nuevo en su repertorio: el arcángel San Miguel, materializado en una estatua de cinco metros y medio de alto.

El ángel del cementerio de Azul en la provincia de Buenos Aires.

Salamone dominaba las alturas de la mano del concreto. El arquitecto de la piedra líquida, como lo apodaron algunos historiadores, combinaba elementos del art déco y el futurismo, del funcionalismo racionalista y el clasicismo monumentalista de la mano del hormigón. Y promovía un mix de estilos que aún hoy torna inclasificable su producción.

Salamone combinaba elementos del art déco y el futurismo, del funcionalismo racionalista y el clasicismo monumentalista.

Los mataderos fueron más que símbolos. A la misión de convertir un pequeño municipio en un gran centro económico, Salamone le sumó imágenes y representaciones de lo que ocurre puertas adentro de estas instalaciones industriales dedicadas a la faena. En Coronel Pringles, por ejemplo, plasmó la actividad en formato de cuchillos, sin metáfora. El edificio, construido entre 1937 y 1938, está ubicado al sur de la localidad y se destaca por la cuchilla que remata la pirámide escalonada. En el mismo período se levantó el Matadero de Guaminí, que reprodujo la idea proyectual del resto de los establecimientos: simetría, ventilación, planta circular. El elemento distintivo, en este caso, es la torre tanque de 30 metros y pretensiones futuristas.

El matadero, una de las obras de Salamone en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires.

El fuerte impacto visual, sin embargo, se puede encontrar en el Matadero de Salliqueló, un partido situado al oeste de la provincia de Buenos Aires. Si bien es el más pequeño de la serie, no pasa inadvertido en el paisaje local. Simétrico, esta vez la torre tanque impacta por su complejo trazado: perfiles laminares que componen un conjunto geométrico y escultórico.

En Balcarce, por otra parte, el recurso del pórtico semicircular le deja a la torre tanque todo el protagonismo.

El matadero de Salliqueló, provincia de Buenos Aires.

Como centros de información y organización los municipios delineados por Salamone fueron obras monumentales. Los relojes alojados en las esbeltas torres y los espaciosos halls de entrada auspiciaban un futuro próspero en el imaginario local.

Córdoba también tiene varios ejemplares de su arquitectura. La Plaza Centenario de Villa María (1935) y el Matadero son las más representativas de la ciudad. En Las Varillas levantó la Casa Municipal, con armoniosas proporciones de geometría y simetría, donde se destaca un patio circular. Su paso por la provincia fue un tanto controvertido, ya que su desempeño estuvo teñido por licitaciones poco claras que derivaron en acusaciones de fraude.

Retrato de Francisco Salamone en 1948.

Se había casado en 1928 con Adolfina (Finita) Croft, nacida en 1906, hija del cónsul de Inglaterra en Bahía Blanca, José Croft, y de Adolfina Vlieghe. Tuvieron cuatro hijos: Ricardo, Roberto, Ana María y Stella Maris.

En 1940, Fresco fue desplazado de su cargo, y eso significó el final del desempeño público de Salamone. Se retiró al petit hotel que había comprado en Buenos Aires, en la calle Uruguay 1231, y al poco tiempo un juicio lo obligó a exiliarse en Montevideo. Había firmado como director técnico de una obra de pavimentación en Tucumán, y para evitar la prisión preventiva, su abogado le recomendó dejar el país. Regresó hacia 1945, limpio de culpa y cargo, pero ya no volvió a construir en el estilo que lo consagró más tarde. Creó la sociedad SAFRRA con sus hijos, emprendió algunos pocos edificios de propiedad horizontal y se dedicó mayormente a trasnochar con sus amigos, descuidando su salud.

Francisco Salamone y su mujer, Adolfina (Finita) Croft.

Se casó con Adolfina Croft y tuvo cuatro hijos: Ricardo, Roberto, Ana María y Stella Maris.

Con el paso del tiempo, la inagotable producción de Salamone cobró un carácter épico, como sus moles. Protagonista de documentales, ensayos, ficciones y homenajes, Francisco Salamone no cosechó laureles a lo largo de su trayectoria. Ni el día de su muerte, el 8 de agosto de 1959. Dio la casualidad de que en esa jornada ocurrieron dos sucesos que marcaron la agenda de los medios de comunicación: llegaba al país Marlene Dietrich y moría Fermín Lafitte, arzobispo de Buenos Aires. El arquitecto descomunal, el autor de los gigantes de hormigón y las siluetas exageradas que recortan el horizonte bonaerense quedaba en el olvido. Hasta que se convirtió en leyenda.



Publicado en el diario La Nación

(Visitado 15 veces, 1 visitas hoy)