LN – Nina Suárez, la hija de Rosario Bléfari: se subió por primera vez a un escenario con su mamá y hoy dedica su vida a la música

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La primera vez que Nina Suárez tocó un tema suyo en vivo fue en Córdoba. Fue a acompañar a su madre, Rosario Bléfari, que tenía un show en la provincia, y le pidió hacer una canción con ella. “Le dije que podía tocar el cajón, pero ella prefirió que eso lo hiciera Pablo Córdoba, su percusionista en ese momento, porque yo no sabía bien ningún tema completo”, recuerda Nina. “Me aclaró que no tenía problema con que toque alguna de mis canciones con la guitarra y que Pablo me acompañe a mí con el cajón. Y así fue: cuando terminó su show, me presentó como invitada y subí al escenario. Me acuerdo de sentir una sensación de vértigo total, la misma que sigo sintiendo hoy antes de tocar y que no se parece a nada. Capaz a enamorarse”.

Para aprender a nadar es necesario tirarse a la pileta. Nina lo supo aquella noche en la que su mamá la puso a prueba. Y hoy lo recuerda como un momento importante, de esos que dejan huella. En su caso, es evidentemente más que apropiado hablar de “legado”. Hija de Rosario, que murió el 6 de julio de 2020, y de Fabio Suárez, hoy tiene 22 años y una carrera musical incipiente que no cuesta mucho relacionar con su historia de vida. Nina creció en un ambiente dominado por la música: sus padres se hicieron conocidos, mayormente en el circuito alternativo porteño, de la mano de Suárez, una banda nacida cuando expiraban los años 80 y que editó en los 90 cuatro muy buenos discos que la transformaron en un emblema de la escena indie en Argentina.

Nina Suárez lanza su primer álbum

Empezó grabando algunas rimas inspiradas en el rap en español que la cautivaba en la adolescencia y hoy ya tiene un álbum con siete canciones que registró con el apoyo de dos músicos: Manolo Lamothe (Cabeza Flotante) y Chicho Guisolfi (Bestia Bebé). También hubo aportes en teclados de Mora Sánchez Viamonte y Pipe Quintans, dos de los integrantes de 107 Faunos, una de las bandas insignia del sello independiente platense Laptra, que se hizo conocido sobre todo gracias a El Mató un Policía Motorizado.

“En Laptra hay mucha camaradería -asegura Nina-. Son las personas y son mis amigos. Desde que toco con ellos siento que mejoré muchísimo. Bandas de Laptra me invitaron varias veces a tocar en shows en vivo y eso me ayudó mucho a soltarme. Es una cotidianidad musical que comparto como también la compartía con mi vieja. Todas las bandas del sello me encantan. Me identifico con lo que hacen Bestia Bebé, 107 Faunos, Tigre Ulli… Y con ellos también aprendo mucho de autogestión: los músicos de Laptra diseñan sus propios afiches y el arte de tapa de sus discos, arman sus propias fechas y laburan todo el tiempo haciendo canciones. Es muy inspirador para mí”.

También fue inspirador para Nina todo aquello que vivió de cerca después de la muerte de su mamá. Una ola de cariño impresionante reflejada en una serie muy generosa de homenajes que confirmaron un lugar importante para la obra de su madre, cantante, compositora, escritora, actriz y a su modo activista. “Yo siento que es un legado sobre todo humano -explica ella-. De los que perduran en el tiempo a través de las personas que sintieron algo con una canción de Rosario, que la vieron, que pudieron compartir algo con ella, o leerla, o verla actuar. Un legado que tiene que ver con el esfuerzo, el trabajo y la conexión entre las personas. Por eso mismo siento que es un camino que todavía hay que seguir transitando, que quedaron cosas por hacer y que me quiero hacer cargo de ellas. Lo veo como una especie de revancha, o como el camino de un héroe -o heroína, en este caso- que no llegó hasta el final de la aventura. Justamente, el chiste del camino del héroe es que el verdadero valor está en las personas que vas conociendo en ese recorrido. Sé que mi vieja marcó a las personas que se cruzó en su camino y que dejó mil canciones perfectas. Y no me pesa nada de eso porque no es el legado de una estrella de rock. Queda trabajo por hacer. ¡Y vamos por más!”.

El álbum de Nina Suárez se llama Algo para decirte

En su perfil de Instagram, Nina define su primer disco en pocas palabras. Es concisa y elocuente: “Siete canciones sobre amor, sobre vivir en esta ciudad y la necesidad de tener que hacer algo con todo eso”. En la tapa, que creó ella misma, la silueta de una chica que empuña un cuchillo se recorta sobre un fondo estallado que invade buena parte del marco rojo que contiene a la imagen. Es una portada poderosa y sugestiva, que además continúa una línea que había insinuado el arte de los tres singles publicados como adelanto. “Usé el mismo pincel digital para las cuatro portadas, la de los tres singles y la del disco -explica-. Cuando las veo todas juntas me parece que tienen algo que te hace pensar en los juegos de mesa, en cartas coleccionables, por ejemplo. Y en el disco este tema de los juegos aparece, así que me gustaba la idea de que eso esté reflejado en el arte. Todas tienen una parte estallada, explotada que para mí remite a cierta oscuridad que tienen las canciones. Y la silueta es una chica que no soy yo. Está inspirada en una película de terror, que es un género que estoy viendo mucho”.

El disco se llama Algo para decirte y dura menos de media hora, un tiempo suficiente para percibir el talento y la personalidad de Nina. Lo presentará oficialmente en la sala Moscú (Juan Ramírez de Velasco 535), con Marcos Canosa, otro integrante de Cabeza Flotante, como guitarrista invitado. En las siete canciones se nota la incidencia del sonido Laptra. Si bien el sello agrupa a bandas que tienen estilos y personalidades distintas, hay en casi todas referencias identificables: el rock alternativo americano de los 80 y sobre todo los 90 (Sonic Youth, Pavement, Pixies, Guided By Voices) que cada cual a metabolizado a su manera. “No trabajamos con referencias concretas para el disco -advierte de todos modos Nina-. Son canciones que armé sola con la guitarra cuando terminé la escuela secundaria y que se transformaron sonoramente trabajándolas con la banda. Conocí a Manolo en un Rucho Fest (el festival de música alternativa que creó el famoso actor Esteban Lamothe) y cuando empezamos a juntarnos a tocar él me mostró alguna cosa como para ir definiendo un sonido. Snail Mail, por ejemplo. Bandas indies con alguna chica cantante… A mí siempre me gustó mucho Sonic Youth y el rock indie americano de su época”.

El tema más escuchado hasta ahora en Spotify es “Corrida al arco”, uno de los dos singles de adelanto del disco (el otro es el de apertura, Quequén). Dice así: “Ahora te quiero / Pero no te voy a querer siempre / Lo sé, porque con este punto en la nariz, veo todo diferente / Como cuando decís que no nos vemos por los perros de mi cuadra / Que ladran y no te dejan dormir bien / Y en realidad sabemos que son ellos los que sueñan, y nosotros / Enloquecemos hasta que te tengas que ir otra vez / En tu corrida furtiva al arco”. Casi todas las letras están teñidas de deseo y melancolía. Y Nina las canta con una notable convicción, aun cuando cuentan historias que ya son del pasado. “Son letras que escribí en la adolescencia, cuando sentía que tenía tantas cosas para decir… Por eso le puse al disco Algo para decirte, de hecho. Pero me gustan las letras largas. Pienso en las de Alex Turner para Arctic Monkeys, por ejemplo”.

Igual que su mamá, Nina también ha explorado la literatura y la actuación. La escritura ahora está centrada sobre todo en las futuras canciones, y la de la actuación es una experiencia que le ha servido para subirse a un escenario sin temores ni titubeos. Cuando estaba haciendo el CBC para ingresar en la carrera de Diseño de Imagen y Sonido de la UBA, Camila Fabbri y Eugenia Pérez Tomas la convocaron para que fuera parte del elenco de ¡Recital olímpico!, una obra estrenada en el Teatro Sarmiento en 2020. “En ese momento tuve que dejar el CBC porque había que ensayar todos los días. Hice de Nadia Comaneci, una especie de ser humano perfecto, fue muy divertido…”. Además de ponerse en la piel de la virtuosa gimnasta rumana que se escapó de su país apenas un mes antes de que cayera el régimen comunista, Nina cantaba en la obra una versión de un popular tema de Los Abuelos de la Nada, “Himno de mi corazón”.

El rock argentino clásico no era parte de su menú de consumos musicales hasta hace poco. Pero ahora Nina está escuchando mucho a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y disfrutándolo a full: “Nunca me había enganchado con ellos, pero escuché los primeros tres discos y me parecieron buenísimos. Siento algo parecido a lo que se siente cuando todo el mundo te habla de una serie clásica, Los Soprano, por ejemplo, y vos no viste nada: ¡Sabés que tenés muchas temporadas buenísimas para ver! Con los Redondos voy por el tercero y todos son increíbles. También estuve viendo documentales sobre el rock nacional y escuchando discos como Alta suciedad, hecho en condiciones muy distintas a las que yo conocía más de cerca por cómo trabajaban mis viejos: grabado en Estados Unidos, con un alto nivel de producción, sesionistas…”.

Como es lógico, Nina estuvo muy cerquita de la música de sus padres. De Suárez en el regreso de 2016, dado que toda la etapa inicial del grupo se desarrolló en los años 90 el último disco de Suárez, Excursiones, apareció en 1999, dos años antes de que ella naciera). Y de Rosario Bléfari como solista desde muy pequeña: el primer álbum de su madre, Cara, fue editado en 2001, el mismo año de su nacimiento. “La música estuvo siempre en casa, acompañándome. Ver a mi vieja haciendo cosas fue una inspiración para mí. Vi recitales de ella ya de muy chiquita. Y Suárez me gusta mucho, al margen de la relación familiar. Cuando escucho los discos de la banda, no pienso que son mis padres. Me puedo abstraer de eso y me gustan mucho las canciones”.

La muerte de Rosario Bléfari produjo una gran conmoción en el ambiente del rock argentino. Y sobre todo generó esa serie de justos y emotivos homenajes que revalorizaron el papel de una artista integral, que produjo una obra musical y literaria de alto vuelo y que respetó siempre una ética de trabajo libre y autogestiva . “Esas fueron elecciones de ella -reafirma Nina-. En su libro Diario del dinero se ve mucho eso. Cómo se iba organizando para hacer lo que le gustaba sin muchos recursos. Ella vivía con su padre y su madre en Bariloche. Eran gente humilde, que trabajaba como personal de limpieza. Después se fueron a La Pampa para poner un restaurante. Siempre estaban buscando qué hacer para sobrevivir, moviéndose. Cuando mi mamá llegó a Buenos Aires se las arregló dando clases y tocando en el circuito independiente. Era una elección y también un sistema para vivir feliz. Leyendo el libro también me di cuenta de que hizo mucho esfuerzo. Y sin pausas: ¡no paraba un segundo! Mis viejos nunca fueron estrellas de rock”.



Publicado en el diario La Nación

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