LN – Salma Hayek: entre el realismo mágico de la cotidianeidad y las anécdotas desopilantes de su etapa como productora

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Hay actores consagrados y no tanto, estrellas famosas y otras famosísimas que encaran la tarea de dar entrevistas para promocionar sus nuevos proyectos como una carga. Una obligación que les resulta tan molesta que no logran disimular su fastidio ante los periodistas encargados de entrevistarlos, por más talento para la interpretación que tengan o crean tener. Salma Hayek Pinault, el nombre completo por el que la actriz y productora mexicana pide ser mencionada, se ubica en el exacto opuesto del espectro de sus colegas que participan de una entrevista como quién se sienta en el sillón del dentista. Sonriente, verborrágica y ocurrente, con una anécdota siempre lista para entretener al grupo de periodistas con los que conversó esta semana vía Zoom, entre los que estuvo LA NACION, la intérprete está visiblemente entusiasmada de charlar sobre Como agua para chocolate, la miniserie de seis episodios basada en la exitosa novela de Laura Esquivel que se estrena este domingo 3 de noviembre por HBO y Max, producida por ella.

-De alguna manera la trayectoria de la novela editada en 1989 -que pasó de ser un fenómeno local a convertirse en un éxito de cine global- y este regreso ahora en nuevo formato, parece ir en paralelo con tu propia historia profesional.

-Bueno no lo había pensado así, pero puede ser. El impacto que tuvo internacionalmente la película fue descomunal. El de la novela también, pero es más usual que los grandes libros se traduzcan a muchos idiomas. En aquel momento ni siquiera se estaban haciendo tantas películas, nuestro cine era como un gigante dormido que a partir del film de 1992 dirigido por Alfonso Arau empezó a levantarse. Yo recién me había venido para acá [se refiere a los EE.UU.], con mis sueños a cuestas. Para mí fue muy, muy importante decir: ”Ay, nos vieron y nos respetaron”.

-¿Como agua para chocolate te allanó el camino para probar suerte en Hollywood?

-Tal vez fue más una sensación interna de ver lo que estaba pasando con la película al mismo tiempo de decidirme a emigrar a un lugar donde nadie te quiere. Me dio la fuerza de seguir adelante y de aguantar los rechazos, los insultos. De poder plantarme y decir: “No me voy de aquí. Me quedo, sí, y orgullosa de mí y de mi historia, de mi origen”.

Tras comenzar su carrera a finales de los años 80 en las telenovelas mexicanas, Hayek Pinault decidió que el mundo del entretenimiento de su país era demasiado chico para el tamaño de sus ambiciones y decidió, contra el consejo de todos, mudarse a Los Ángeles. La epopeya, cuenta, no fue fácil ni inmediata. Y de hecho, aunque su nombre y su trabajo ya forman parte del olimpo de la industria del cine global, y su compañía productora fue responsable de grandes éxitos, como el film Frida y las series Ugly Betty y Santa Evita, entre otras, la batalla por el reconocimiento continúa. “La gente me dice: ‘Ay, seguro que ustedes pueden hacer el proyecto que quieran’. Y no es así. Lo luchamos mucho, no es fácil. Cuando yo me quejo y me frustro, mi marido me dice: “Yo sé que te gusta lo que haces, pero ¿qué necesidad tienes de pasarla tan mal? ¿Por qué sigues con lo mismo? ¿Por qué te quedas sin dormir?”. Y yo siempre le contesto: “Porque puedo y porque debo”. Así funcionan las cosas, así es la realidad de la producción y a veces te pasan unas cosas que solo en México ocurren, de realismo mágico casi”, se ríe la actriz.

Una escena de Como agua para chocolate

-Hablando de eso, Como agua para chocolate contiene mucho de ese realismo mágico que mencionás. ¿Te sentís identificada con esa forma de ver el mundo?

Yo tengo una relación muy estrecha con el realismo mágico. Porque ocurren muchas cosas muy raras alrededor mío, todo el tiempo. En mi vida nunca pasa nada normal. Es ya una broma interna de toda la gente que trabaja conmigo, que cuando pido que me comuniquen con alguien con quien no hablo hace mucho tiempo, apenas me pasan el teléfono esa persona me está llamando después de 10 años de silencio. Me parece que a los norteamericanos estas cosas les llaman más la atención, pero nosotros, los latinos, de alguna manera siempre vivimos inmersos en una especie de realismo mágico. En mi caso, se trata de estar acostumbrada y pendiente, porque lo que para otros puede ser extraordinario a mí se me cumple. Por ejemplo, el otro día hice una consulta para operarme los ojos para dejar de usar lentes. Todo el mundo me lo recomendó y entonces fui y le pregunté al especialista si había alguna posibilidad de quedar ciega por la intervención. Su respuesta fue que hay una chance en 250.000 de que eso pase. Ahí mismo le dije que no me operaba porque en mi caso ese número es altísimo, porque a mí me han pasado tantas cosas de esas que son una en un millón de millones, que una chance en 250.000 es un montón. Me pongo los lentes de contacto y ya, porque de verdad que estoy acostumbrada a este realismo mágico que para mí es como algo del día a día.

Comer, rezar, amar

Más allá de su estilo narrativo, la historia que cuenta Como agua para chocolate también fascina a su ilustre productora. La historia, ambientada a principios del siglo XX, en los tiempos previos a la revolución mexicana, cuenta la historia de Tita (Azul Guaita) , una joven de la alta sociedad de Puebla criada bajo el yugo de una madre viuda que la rechaza. Así es cuidada por Nacha, la cocinera de su estancia, que la arrulló entre fogones y recetas de esas que la chica ejecuta como si sus sentimientos fueran uno los ingredientes fundamentales de la mezcla. El relato de amores trágicos atravesados por los conflictos políticos y sociales le reserva a la comida y sus secretos un lugar de ensoñación, de adoración y privilegio que atrapó al público desde la publicación de la novela. Tal es la fascinación que la narración ejerce hace más de 30 años que, además de la adaptación cinematográfica de 1992 y la nueva serie que se estrena este domingo, también fue trasladada a una obra coreográfica creada por el Royal Ballet hace dos años.

El romance entre Tita (Azul Guaita) y Pedro (Andrés Baida) está en el centro de la trama del melodrama mexicano

-En la serie, la cocina mexicana es de vital importancia para toda la trama. ¿Es algo que te interesa particularmente?

-Con mi socio, José “Pepe” Tamez, llevamos 25 años trabajando juntos y tenemos muchos rituales maravillosos. Siempre empezamos las reuniones con un cafecito, que ya trae pues la posibilidad de un pastelito, un pancito dulce. A nosotros nos gusta trabajar con placer, nos gusta trabajar inspirados, nos gusta trabajar donde hay una ventana donde podamos ver los árboles. O sea, somos muy trabajadores y muy intensos, pero no perdemos el arte de vivir. A cierta hora, ya cuando llega el final del día de trabajo tomamos un tequilita, una chelita (cerveza), con una botanita (picada) y empezamos a pensar adónde vamos a pedir la cena. A veces trabajamos mientras estoy cocinando y te juro que me inspira. Se trata de buscar ese placer y la conectividad con nuestras raíces. Que en ocasiones también nos hacen pasar momentos surrealistas que ni a Almodóvar se le ocurrirían.

-¿A qué te referís con eso?

-Cuento lo que nos pasó con una producción que hicimos en México hace unos años. Nosotros trabajamos con presupuestos pequeños, con los que no se pueden perder jornadas de grabación, porque eso implica dinero con el que no contamos. Entonces en una ocasión teníamos una grabación pautada en la entrada de un edificio. Empezamos a grabar y una señora que vivía allí sale y nos dice que nadie le había pedido permiso para filmar abajo de su casa, de su edificio. Nosotros teníamos los permisos de las autoridades, pero ella insistía con que necesitábamos su autorización, lo cual no era cierto. “O me pagan o se los arruino”, decía la viejita. Cuando le respondimos que estábamos dentro de la ley, nos contestó: “Pues agárrense”. Y nos mandó a los nietos, que empezaron a tirar cohetes sin parar. No pudimos usar ninguna de esas escenas porque se escuchaban los sonidos del escándalo que armaron. También hay montones de cosas lindas, claro. Yo siempre digo que el que no sabe cómo hacer las cosas en México, en Latinoamérica en general, no va a llegar a ninguna parte.

El amor, las tradiciones y la tragedia son los pilares de los seis episodios de la serie

-Algo de ese contraste se ve también en la serie, especialmente en lo que le toca superar a su protagonista en el contexto opresivo en el que vive.

-Pues sí, porque obviamente es una historia que pasa en el tiempo de la revolución, al principio de 1900, pero aún con los años que han pasado sigue siendo un relato que de alguna manera es muy actual porque las mujeres, aunque muchísimo más avanzadas, seguimos luchando por tomar el destino en nuestras manos. Lo cierto es que a veces se trata incluso de proteger nuestros sueños y de pelear por ellos, algo de lo que en mi opinión no se habla lo suficiente. De la rebeldía de atreverse a soñar cosas o profesiones sin ser juzgados. Imagínate si a mí me hubiera dado vergüenza ser lo que yo quería ser por lo que dijera la gente. Hay quienes te oprimen hasta los sueños y dicen: “Ay, pero para qué lo vas a intentar si tú nunca vas a poder dedicarte a tal o cual cosa”. En otras ocasiones no te permiten salir del control de la familia o de los esposos o de las expectativas de los padres. La época retratada en el libro y la serie fue un momento en el que políticamente México estaba tratando de hacer un cambio y en la ficción ese cambio de paradigma y la resistencia a abandonarlo se evidencia en las mujeres en la casa, al nivel más íntimo.

-De alguna manera eso sigue pasando.

-Ahorita, más allá de la ficción, estamos en una etapa en la que tratamos de profundizar los cambios sociales que arrastramos del pasado pero a la vez intentamos tener el espacio y el silencio mental para entender quiénes somos. Porque a las mujeres nunca nos habían dado la oportunidad ni siquiera de saber qué queremos y quiénes somos. Lo que sí aprendimos es a crear nuestros propios espacios para poder tener un lugar en un sistema que está pensado por y para hombres. Al mismo tiempo es un proceso que de alguna manera me conflictúa. Por un lado, gracias a lo que muestra la serie, siento algo de tristeza y nostalgia por esos rituales familiares, las costumbres y las tradiciones que ya no están. Pero, por el otro, me da alegría que hayamos “matado” otros modos tan dañinos. Es una contradicción que, me parece, explica la genialidad y la vigencia del libro y da sentido a la serie, por supuesto.



Publicado en el diario La Nación

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