Clarín – «La literatura no tiene que tener miedo a molestar»
El escritor, cronista y cineasta chileno Alberto Fuguet (1963) se está quedando sin voz. Habla y raspa el aire. Habla y parece que será la última palabra que pronuncie. Habla y lo que sale de su boca es un hilo cada vez más delgado a punto de romperse. A veces, el clima frío complica las cosas. Con temperaturas bajísimas por estos días en la Argentina, el cuerpo de Fuguet acusó recibo y recién hoy está saliendo de una gripe que lo tuvo contra las cuerdas. Pero quizás haya otra explicación para el estado de salud en el que se encuentra: está terminando de escribir una novela y ese momento, tan particular y tenso para un escritor, lo lleva a somatizar de diversas maneras físicas y mentales.
“Me siento muy expuesto en este momento, y lo último que quería era dar una charla. Terminar un libro es muy fuerte y es cuando menos quiero estar expuesto. Siento que escribir no tiene nada que ver con lo público. Creí que iba a estar escondido escribiendo y tuve que salir para dar esta charla, me tuve que poner el chip del Fuguet público, digamos, que es muy distinto al privado que escribe. Quizás lo mejor hubiese sido estar en un pueblito perdido de La Pampa. Pero todo bien igual, mañana vuelvo a escribir”, dice sentado en la biblioteca del Malba donde hace unos minutos terminó de dar una clase llamada El pop en la literatura: el disco duro que nos alimenta y después le sacaron unas fotos. Pero quiere seguir charlando. ¿Se quedará sin voz?

Próxima novela
Para alguien de la estirpe, sensibilidad, gusto y formación de Fuguet, que es el autor número 19 en participar de la Residencia de Escritores Malba (REM) donde se encuentra terminando su próxima novela: Ushuaia, este que habitamos es el mejor de los tiempos posibles en relación a la cultura.
“Me siento super cómodo en esta época con todas las cosas buenas y malas que están pasando. Antes sentía que era el freak y no había nadie cercano. Hoy siento que el mundo se parece mucho más a mí. Hay gente como el Malba que me acepta a mí como residente y no a Lina Meruane, ¿ah? Eso me llama la atención que ocurra porque significa que algunas cosas han cambiado. Siento como si en este momento yo estuviese debutando y recién salió mi primer libro. Ahora hay un momento para poder conversar de verdad”, dice.
El mundo se volvió Pop y lo que antes era visto con desprecio por considerarse baja cultura (los géneros populares como el comic, las telenovelas, el folletín, las canciones románticas, el cine pochoclero/industrial/masivo, etc.) ahora tiene prestigio, es exitoso y se volvió habitual material de estudio en la academia.

Y ese es un espacio en el que Fuguet está desde siempre. Pensar en la antología que editó, polémica en su momento, McOndo (1996), en su libro-investigación familiar Missing (2009), o en las memorias Las películas de mi vida (2002) o VHS (2017), por citar unas pocas de un corpus extenso y reconocible que incluye cuentos, novelas, crónica y trabajos de edición notables como Mi cuerpo es una celda (una autobiografía) –de Andrés Caicedo–.
En cierto sentido, Fuguet los estaba esperando al resto mientras sufría el bulliyng de los incomprendidos. En literatura gana el que sabe esperar (y no para de escribir). En término más terrenales: Fuguet ahora siente que cuenta con más interlocutores y más pares, es decir: hay más gente que comprenda de qué habla y cuáles son sus intereses y los respete.
En el libro POPism. Diarios (1960-69), dice Andy Warhol: “Los artistas pop crearon imágenes que cualquiera que pasara por Broadway reconocería en un abrir y cerrar de ojos: cómic, mesas de picnic, pantalones de hombre, famosos, cortinas de baño, neveras, botella de Coca Cola, todas las grandes cosas de la modernidad que los expresionistas abstractos tanto se esforzaban por ignorar”.

Por lo tanto, el Pop se encargó de borrar los límites y bordes entre cultura respetable (lo institucional) y los márgenes (los circuitos alternativos). En cierta manera le metió la cuota necesaria de caos y descontrol a lo que estaba ordenado y establecido. De eso se trata la charla de Fuguet. Aunque lo primero que dice al auditorio es: “Me dan miedo los museos y las bibliotecas”.
Y después deja las cosas en claro: “Soy de una generación en la que el pop fue nuestro aire, y eso nos hacía ser colectivos. El pop ya no es el enemigo, ya no es marginal«. Lo que inquieta a Fuguet, entonces, es la siguiente pregunta: “¿Cuándo pasó? ¿Por qué robar, copiar, el remix, el collage, etc. están bien vistos hoy?”.
Fuguet empezó hablando de dos escritores fundamentales para pensar el modo en el que el Pop logró desbordar sus propios decorados de gueto y conquistar una zona más amplia de respetabilidad hasta llegar a este presente donde lo devora todo. En principio, el boom latinoamericano y Jorge Luis Borges, por supuesto: “Supuestamente imaginó internet con El Aleph«.
Y después, apareció el aura de Manuel Puig para iluminarlo todo: “Puig inventó el mundo y nosotros vivimos en él y participamos”, aseguró y en la sala todas las cabezas se movían confirmando esa idea. La figura del Puig Pop está muy presente en el imaginario de Fuguet por varias de las capacidades mágicas que puso en funcionamiento la Máquina Puig.

A saber: destrucción del narrador como dios –o patriarca– para incluir múltiples voces y puntos de vista, sobre todo femeninos (La traición de Rita Hayworth); jugar con diversos géneros literarios, como las cartas, la noticia, y demás, para que la prosa no esté sujeta a un narrador omnisciente clásico (Boquitas pintadas); valoración del cine y la música popular como parte fundacional de la educación sentimental de los personajes (El beso de la mujer araña); y su necesidad de trascender su tierra, su internacionalismo, entre otros componentes.
Después dirá Fuguet sobre esto: “Yo creo que me he beneficiado mucho como persona y como escritor de esa clase de operaciones pop, sin duda».
Diálogo con el público
Fuguet toma agua y dice: “Me estoy quedando sin voz, ¿por qué no abrimos directamente la charla para poder recuperarme?”. El diálogo con el público se concentró en dos elementos que estaban en el programa impreso: La cultura como archivo emocional (hoy todo el mundo comparte sus mayores intimidades en las redes lo que configura un archivo del sentimiento accesible a cualquiera); y La autoficción pop.

Fuguet opinó, sobre este último tema, que eran esos textos donde el autor exponía sus obsesiones en la cultura. Citó como ejemplo el último libro de Mauro Libertella, Cancion llévame lejos (Vinilo), en donde el autor escribía sobre las canciones que lo interpelaron. Y dijo algo interesante: “Son libros donde se exponen las nuevas religiones”.
Un rato después suma algunas ideas a lo anterior: “Yo creo que los libros tienen mucho que ver con sus circunstancias y me parece que este es el momento para un libro como este que sale acá”. Se refiere a Todo no es suficiente. La corta, intensa y sobreexpuesta vida de Gustavo Escanlar que sale por editorial Mansalva.
Es un texto que tuvo una primera vida en 2011 en forma de crónica para la antología Los malditos editada por Leila Guerriero y que ahora sale en formato ampliado. Continua Fuguet: “Estoy contento en que salga por Mansalva. Creo que le va a ir superbién. Además, queda claro que no es un libro sobre mí, es un libro de rock pero sobre un escritor. Lo van a comprar más por Gustavo Escanlar que por mí. Porque yo me pregunto si fue o no el mejor escritor latinoamericano. Nunca lo sobremos, pero me gusta la idea de que pudo haberlo sido. Ese gesto me gusta».
Fuguet es jurado del Premio Clarín de Novela, publica su nuevo libro por una editorial de este país y ahora hace una Residencia en el Malba. Lo que lleva a considerar la intensa relación que tiene con el país. Dice: “En la Argentina me trataron como en Chile nunca me han tratado. No soy tan conocido, obviamente, pero aquí tengo un montón de amigos. Siento que conozco el lenguaje, la ciudad, admiro los periodistas, los programas de radio, hay películas que amo, que odio. Extrañamente me siento capacitado para hablar como local. Hay autores que me gustan mucho y otros que no me gustan nada. Nunca me sentí raro en la Argentina, siempre me sentí uno más del grupo. Y una de las razones por las que ahora estoy acá es porque el protagonista de esta novela que estoy terminando es una argentino en Chile y que nació en San Luis. Y considero que no me haría mal escribir esta novela en este país. Mañana me voy a San Luis y eso me tiene muy contento. Voy a descubrir las locaciones que ya puse en mi libro. Primero lo escribí y después lo conozco, algo muy mío para poder dominar los paisajes. Varias veces lo hice».
Fuguet empezó en la literatura siendo un joven rebelde con su novela Mala onda, un opus generacional que mostraba otro Chile, y ahora es reconocido como un autor con trayectoria, pero que se sigue arriesgando a buscar nuevos caminos para su literatura. Es decir: Fuguet pudo sobrevivir a la juventud.

“Siento que Ciertos chicos, mi última novela publicada el año pasado, es un nuevo comienzo, y que estoy escribiendo como nunca lo había hecho. Siento que más allá de lo que pase en el futuro, los libros de los inicios de la tercera edad no van a ser solo de viejitos. Considero que Ciertos chicos es un libro que va a quedar, y el que estoy escribiendo también. Son libros que tienen la energía de alguien que está partiendo. Es muy difícil meterle esa energía a un libro. Y cada vez es más difícil. Para lograrlo, creo, que todavía hay que tener un poco de enojo, de sentir que aún hay cosas para lograr”, opina.
Voz quebradísima
La charla de Fuguet en la biblioteca del Malba termina y la gente se va contenta. Se lo ve agotado, pero tiene ganas de charlar un poco más. Con una voz quebradísima cuenta de su vínculo actual con el cine: “Estoy lejos del cine en todo sentido, como director y como espectador. Veo más que nada películas viejas del Criterion Collection. Quizás me gustaría más hacer guiones o ser productor o que me adaptaran. Yo ya hice diez películas, un montón. Ya no tengo energía para hacer cine sin dinero y todo yo. Y además que nadie las vea. En ese sentido, creo que los libros son más pop. El cine, excepto Marvel, no las ve nadie y nadie conversa de ellas. Yo hice un par de películas que no las vio nadie y eso nunca me pasó con los libros. Tanto trabajo para que nadie vea una película no me frustra ni me enoja, pero sienta que la cosa no se cierra, no se produce un debate ni una conversación. No hubo mucho ruido».
Fuguet no tiene mucha experiencia en residencias. Cuenta que no necesito una residencia para terminar un libro. Y aclara: “Ahora tengo más distracciones que otra cosa por esta ciudad hermosa. Probablemente si estuviese en Santiago hubiera terminado antes esta novela, pero me gustaba la idea de venir a Buenos Aires por dos meses, nunca había tenido esta suerte».

Lo último que dice es una declaración de principios: “Creo que la literatura no tiene que tener miedo a molestar o a que hablen mal de uno o a herir. Incluso, me parece que la literatura debería herir, debería transmitir emociones, no tener miedo a caer mal. Por ahí va. Yo creo que muchos escritores buscan ser queridos y eso es fatal, son cooptados por la sociedad. Yo nunca he sido cooptado por nadie. He sido odiado por todos: la derecha, la izquierda, el centro. La iglesia. Al principio me parecía una maldición y ahora me doy cuenta que tuve mucha suerte».
Fuguet no perdió la voz. Es más, se fue hablando con un amigo que lo pasó a buscar para ir a cenar. La noche de Buenos Aires los esperaba para perder, contento, lo que le quedaba de voz.