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Clarín – Borges, Marechal, ClorindoTesta y los huesos que piensan: genealogía del descreimiento argentino

La cultura argentina –faltaba más– contiene varios episodios de escepticismo paleontológico. Una historia corta si la comparamos con los tiempos geológicos, larguísima si no creemos en ellos. También es cierto que, a diferencia de este presente dominado por los dinosaurios y la farsa, antes se descreía de seres más cercanos, más peludos y con unos nombres que hoy a pocos les dicen algo. Antes –qué tiempos aquellos– se embromaba con los megaterios y los gliptodontes, como esos que se enfrentaban a un Adán aporteñado para presagiarle que los vientos de la pampa se tragaban todo intento de civilizarla. Unos mamíferos bastante extraños que llegaron a codearse con Leopoldo Marechal, ClorindoTesta y, por lo visto, con el mismo Ezequiel Martínez Estrada.

Florentino Ameghino. Archivo Clarín.Florentino Ameghino. Archivo Clarín.

Pero, las modas cambian, los animales también y nuestra época ahora se caracteriza por los tiranosaurios y sus congéneres herbívoros. A pesar que la literatura local casi no se ocupe de ellos, letrados o iletrados, creyentes o no – cualquiera– se siente capaz de adjudicarles color, sonido y aspereza, gusto o pestilencia.

También están aquellos que proponen mirar el mundo a través de sus ojos porque el universo, se sabe, también les pertenece y en el siglo XXI, cualquier animal tiene derecho a demostrar que ha sido un sujeto histórico. Ya lo dijo Darwin: los gusanos mueven la tierra dándole forma a las ruinas que supimos construir.

Así las cosas, retrocedamos un siglo, cuando Enrique González Tuñón (1901–1943) publicó El alma de las cosas inanimadas, un conjunto de cuentos sobre la vida y las opiniones de los objetos inertes, algo a lo que el narrador accede a través de su visión de rayos X aplicada, por ejemplo, a los esqueletos de un museo.

La fama de los mamíferos fósiles

En 1927, el año de aparición de estas historias, los mamíferos fósiles de la pampa aún gozaban de la fama que les había dado el siglo XIX. Para verlos montados en todo su esplendor, había que ir al Museo de La Plata ya que el nuevo edificio del museo nacional de Buenos Aires Bernardino Rivadavia situado en el Parque Centenario, aún no se había inaugurado.

Florentino Ameghino. Archivo Clarín.Florentino Ameghino. Archivo Clarín.

Es por eso que el narrador se toma el tren y desembarca en el bosque platense para dialogar con un gliptodonte y un tigre dientes de sable, conversaciones que plasmará en “Mi amigo de la prehistoria” y “El esmilodón escéptico”.

En el segundo, un esqueleto lamentable, maltrecho y triste, el perseguidor sanguinario de nuestro remotísimo y salvaje antepasado, el famoso tigre, le pide a su escrutador que no intente arrancarlo de su silencio: no cree en el entendimiento entre los seres ya que su posición filosófica es el escepticismo y le cuesta creer en su existencia: “Soy una mentira piadosa del paleontólogo que me inventó”– le dice, anticipándose a los que hoy descubren que esos esqueletos son una obra humana y no algo encontrado en la naturaleza. González Tuñón, que debería ser bibliografía obligatoria en los cursos de historia de las ciencias– continúa:

“Desde que me encerraron en este calabozo de vidrio, acusándome de haber cometido incalificables fechorías durante la época de la formación pampeana, empecé a aburrirme bárbaramente. Y buscando un calmante, caí en la meditación. Creo que un Smilodón tiene tanto derecho a hacer filosofía como cualquier profesor de la Facultad de Filosofía y Letras, cuyo esqueleto bien podría merecer el honor de convivir con nosotros […] No sé, francamente, si soy el esqueleto del Smilodón o una idea fantástica del paleontólogo que en mala hora tuvo la humorística ocurrencia de reconstruirme. Y aún así, aceptando que pertenezca a la familia de los Félidos, se enciende en mí otra duda: ¿habrá colocado cada hueso en su lugar correspondiente?… Y los huesos… ¿pertenecen todos a mi esqueleto? […] Cada vez que me agregaba una nueva pieza fósil, mi asombro iba en aumento, e íntimamente me resultaba un tanto jocosa la infantil credulidad del sabio. Pero, confieso que cuando estuve compuesto, tanto me admiró su habilidad, que comencé a pensar en lo probable de mi existencia».

González Tuñón, lo sabemos, se reía del mundo y, sobre todo, de la solemnidad pampera, esa que cree en la eternidad del presente o, simplemente, que, para existir, es necesario creer.

Un esqueleto de "vaca ñata",  que se conserva en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.Un esqueleto de «vaca ñata», que se conserva en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.

Pero si de descreídos hablamos, nadie más exagerado que Borges, quien, aunque evitó a los fósiles del pasado y del futuro, hizo una excepción para referirse a los gliptodontes en un ensayo de 1941 sobre ‘La creación y el Omphalos’ de Philip Henry Gosse (1857).

La solución de Gosse

Gosse (1810–1888), naturalista y escritor británico contemporáneo de Darwin, había propuesto una solución para conciliar la edad de la Tierra según la cronología bíblica y la que se estaba revelando a partir de la geología y los hallazgos petrificados en sus estratos. El nombre de ónfalos hace referencia al debate sobre si Adán tenía o no ombligo, dado que la existencia del mismo implicaría una madre que no debería haber habido.

Gosse sugirió que cuando se produjo la creación debía existir una gran cantidad de hechos aparentemente relacionados que llamó procrónicos pero que nunca habían ocurrido como los fósiles y los estratos geológicos. Nadie lo tomó en serio porque Dios, a fin de cuentas, no se parecía a nuestro González Tuñón y no gastaba su tiempo en semejantes bromas.

Borges, que nunca leyó a Gosse sino a su hijo y comentaristas, para ilustrar estas ideas no tuvo mejor idea que descender a la pampa y referirse a Luján, sitio del hallazgo del primer esqueleto de megaterio y la ciudad donde, luego, se crio Florentino Ameghino.

Borges dice: “Perduran esqueletos de gliptodonte en la cañada de Luján, pero no hubo jamás gliptodontes. Tal es la tesis ingeniosa (y ante todo increíble) que Philip Henry Gosse propuso a la religión y a la ciencia”.

Fotografía fechada el 22 de agosto de 2019, que muestra una vista de un dinosaurio en exhibición en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia de Buenos Aires (Argentina). EFE/ Pablo RamónFotografía fechada el 22 de agosto de 2019, que muestra una vista de un dinosaurio en exhibición en el Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia de Buenos Aires (Argentina). EFE/ Pablo Ramón

Para Borges, las ideas de Gosse tenían algo de monstruosa elegancia, prefigurando el escepticismo de Bertrand Russell quien conjeturaba que “el planeta podría haber sido creado hace cinco minutos, con una población que recordaba un pasado ilusorio”.

Esto significaría que, quizás, después de todo, nuestros museos estén ocupados por un pasado ficticio. Pero también se trata de una pista que nos ayuda a recordar, que todos –no sólo los argentinos– somos hijos del escepticismo del siglo XX.



Publicado en el diario Clarín

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